
DÍA MUNDIAL DE LA CIENCIA PARA LA PAZ Y EL DESARROLLO 2021
Esto (no) va de ciencia
Hace poco más de un año se difundía la noticia sobre un nuevo descubrimiento en el yacimiento arqueológico alemán de Schöningen. Se trataba de una herramienta de caza proveniente del Paleolítico inferior (hará unos 300.000 años). Es una pieza de madera de abeto rojo moldeado con sílex. Esto denota un uso variado y muy antiguo del bosque por los homínidos (en esa época ni tan siquiera se trataba de nuestra especie) que al menos ya lo usaban para obtener madera (con la que fabricar herramientas) y alimentos (animales cazados con esas herramientas de madera).
Este tipo de estudios antracológicos (trozos de madera) palinológicos (polen y esporas) y carpológicos (frutos) han sido la vía para poder revisar el desarrollo de los inicios de la gestión forestal en Europa. De esta forma, se ha podido comprobar recientemente que la actual ciudad de Barcelona proviene de un área forestal gestionada reiteradamente ya en el Neolítico (hará unos 7.600 años) con incendios provocados para el aclarado de su cubierta, o que Roma albergó ya en el siglo I D.C. edificios construidos con maderas provenientes de bosques gestionados en regiones tan alejadas como el Jura del actual noroeste francés.
La evolución de las sucesivas civilizaciones europeas se ha seguido haciendo gracias a la continua gestión de sus bosques. En aquellas épocas, el conocimiento de aspectos como el uso, la metodología, la tecnología y la gestión se transfería de forma oral y mediante el aprendizaje de los oficios. Al mismo tiempo, los recursos naturales en general y los forestales en particular, se consideraban inagotables. Por ello, las primeras anotaciones y documentaciones sobre la gestión forestal europea provienen de una fuente indirecta: las normativas que empezaron a decretarse sobre el uso de los montes.
A partir del siglo XIII los reyes de la época comienzan a conceder para el País Vasco amplias concesiones forestales para favorecer la producción de hierro en sus territorios (Michel y Gil, 2013). Da comienzo así a un peculiar sistema de explotación forestal, basado en descabezar los árboles (a partir del cual se les denomina trasmochos) para aumentar la producción de biomasa (conjunto de sustancias orgánicas del árbol) y facilitar la reducción a carbón vegetal de su ramaje. Junto a estos trasmochos se solían dejar árboles bravos (nacidos espontáneamente, que no han sido injertados y que presentan los caracteres propios de la especie sin tratar) para su aprovechamiento como madera estructural.
En los siglos XIV y XV el territorio situado fuera de las villas vascas comienza a poblarse de caseríos, molinos y ferrerías, que aseguran un intensivo aprovechamiento del monte, cuyos tres principales usos eran: el carbón vegetal para las ferrerías; el ramoneo y los frutos para alimentar la ganadería; y la obtención de broza y hojarasca para los establos y el abonado de campos.
Incluso aspectos aparentemente alejados como la conquista marítima y la caza de las ballenas de esa época, fueron conseguidos por gestiones de nuestros bosques dirigidos expresamente a obtener fustes y ramas predispuestos para confeccionar tanto los barcos como todo el resto de componentes para su proceso de fabricación y posterior uso en los viajes marítimos. Muestra de ello es el ballenero vasco San Juan hundido en aguas de Terranova (costa de la actual Canadá) en el siglo XVI y que tras su descubrimiento por los arqueólogos canadienses en 1978 actualmente se está tratando de reconstruir por la factoría marítima vasca Albaola.
La conjugación armónica de estos usos no siempre pudo ser equilibrada. En muchas partes de Europa los bosques menguaron y los árboles empezaron a escasear. La deforestación y su consecuente problemática de desabastecimiento de madera que ello suponía se extendió por toda Europa a partir de ese momento. La creciente demanda superaba a una descontrolada oferta, lo que acarreaba graves perjuicios sociales y económicos. Así, empezando en la República de Venecia del siglo XV donde legislaron los aprovechamientos de robles y hayas en sus montes comunales, se establecieron por toda Europa normativas estatales que regularían la gestión forestal en los montes.
Michel y Gil (2013) estiman en un millón largo de metros cúbicos de madera de roble, castaño y haya precisados en estas épocas en el País Vasco para mantener tanto la industria ferrona y naval como el abastecimiento civil. Para ello, el bosque se convirtió en un eficiente cultivo. Sería continuamente repoblado y modelado técnica y jurídicamente según las necesidades de la industria y del abastecimiento social. Sin duda alguna, era un bosque gestionado en su totalidad.
Aunque este sistema de gestión forestal perduró varios siglos en nuestro territorio, era tremendamente frágil. Se encontraba al límite de su producción y acechado por muchos condicionantes externos, por lo que sufrió una reducción paulatina de su arbolado. Se tenía conocimiento de las distintas especies respecto a su gestión en monte y aprovechamiento industrial pero lo que no se tenía era una visión de la posibilidad real de este recurso: la madera que se podía extraer sin consumir el capital vuelo, la ganadería que podía soportar sin agotar su capacidad de regeneración o los siglos en los que se podía explotar sin que la masa forestal en su conjunto mermara por sobreexplotación.
Es ante esta encrucijada, común en toda Europa, donde la Ilustración (movimiento intelectual, filosófico y cultural progresista del siglo XVIII) trae una nueva mirada y unas nuevas formas de gestión para los bosques, basadas principalmente en su necesaria persistencia. Es el ingeniero sajón Hans Carl von Carlowitz quien plasma en su obra Sylvicultura Oeconomica publicada en 1713 la idea proveniente de los pensadores forestales germanos sobre la necesidad de asegurar en la producción de madera la “sostenibilidad” (Schmithüsen, 2013). Este ingeniero razona y plasma así en este tratado, unas recomendaciones para crear y gestionar los bosques mediante el esfuerzo humano sin que ello genere una merma ni en los requerimientos ni en las necesidades futuras.
Esta novedosa idea de la sostenibilidad forestal y de la razonada gestión requerida para ella se convierte en tema de trabajo de varios pensadores e ingenieros germanos de la época. Estos, publican sus escritos y comparten sus conocimientos de forma que su razonamiento llega a los cargos de mando y es incorporado en las políticas del estado germano gracias al Cameralismo de la época (gestión absolutista del gobierno mediante la incorporación de información medida y cuantificada sobre existencias y producción) Así, se generan los primeros cuerpos de ingenieros forestales y las primeras escuelas forestales europeas. La gestión forestal comienza a tratarse como ciencia (Bennett, 2015).
Dado que toda Europa compartía una problemática forestal pareja, pronto esta ciencia forestal germana se traslada al resto de estados europeos. Así, el estado español envía sus primeros estudiantes a la escuela forestal de Tharandt y a su vuelta, en 1846, crea mediante ellos la Escuela de Montes. Posteriormente, en 1854 se constituía el Cuerpo de Ingenieros Facultativos de Montes del estado.
Ramón de Xérica e Irígoras fue el primer ingeniero de montes vasco ya en la primera promoción de 1852 y posteriormente trabajó destinado al País Vasco en el cuerpo de ingenieros de montes del estado (Michel y Gil, 2013). Es así como llega al País Vasco una ciencia capaz de abordar los problemas de sostenibilidad en su gestión forestal y una estructura administrativa capaz de regular y racionalizar las cortas. A partir de este momento, se consigue incrementar no solo la producción de madera sino también la superficie forestal arbolada.
Sin embargo, la evolución industrial, agrícola y forestal resultante de este pensamiento ilustrado, supuso unos fuertes cambios en el comportamiento social humano y de su influencia sobre el planeta. Esto generó nuevas reflexiones entre los pensadores y escritores de la época: sobre el campo intensificado, el bosque planificado, las ciudades modernas industrializadas, sus sociedades y culturas … y en contraposición, las áreas naturales alejadas y los habitantes supuestamente “salvajes” en ellas:
“El hombre en su dirección errada ha interferido poderosamente con la naturaleza. Ha devastado a los bosques y por lo tanto ha cambiado las condiciones atmosféricas del clima. Algunas especies de plantas y animales se han extinguido por completo a través del hombre, aunque hayan sido esenciales para la economía de la Naturaleza. Por todos lados la pureza del aire está afectada por el smog y sustancias nocivas y los ríos están contaminados. Estos más otros elementos son una seria invasión a la Naturaleza, a los cuales hoy en día el hombre pasa por alto, pero los cuales son de gran importancia y finalmente muestra su efecto maléfico no sólo sobre las plantas, pero sobre animales por igual, los cuales no tienen la firmeza y poder de la resistencia del hombre” (Just, 1896).
Cuando el alemán experto en zoología German Ernst Haeckel empleó en 1866 la palabra “Ökologie” (traducido como ecología) para definir el estudio de las relaciones entre las diversas comunidades biológicas, se abrió un nuevo campo en el mundo científico donde analizar las relaciones entre diversas comunidades de topo tipo (Bennett, 2015). Sin embargo, este nuevo contexto histórico y cultural que ensalzaba la naturaleza (el Romanticismo) marcó enormemente el desarrollo de esta nueva ciencia. Así, las teorías ecológicas con las que en adelante se trataría de establecer las relaciones de las comunidades vegetales, carecían de la presencia del ser humano. Su gestión forestal, no se consideraba más que una perturbación en el natural devenir que se consideraba debía suceder en esa naturaleza. Fueron las ideas precursoras de la generación de los primeros parques nacionales, lugares donde excluir la intervención humana. Se establecen así separaciones entre las áreas de producción y las áreas de conservación.
Sin embargo, este tipo de reflexiones también sirvió para aportar amplitud a la ciencia forestal. Se dejó de considerar el monte como mero productor de madera, y pasó progresivamente a adquirir una función más amplia integrada dentro de un espectro más global (madera, pastos, fauna, flora, agua, suelo, paisaje y clima). Esto abrió además la posibilidad de extender y ampliar la gestión forestal a nuevos modelos selvícolas (regenerados naturales, cubiertas continuas, masas mixtas, etc.).
El período posterior a la Segunda Guerra Mundial fue testigo nuevamente de cambios significativos en las actitudes públicas hacia la regulación estatal del medio ambiente (Bennett 2015). Los temores sobre la supervivencia humana en una era nuclear y química incierta también animaron a la gente a ver que plantas, animales y ecosistemas enteros estaban en riesgo por la acción humana. Con este telón de fondo, surge en los países occidentales, amparados por el desarrollo de los sistemas democráticos y el progreso de las libertades civiles, el movimiento ecologista (también llamado ambientalista). Su actividad se realiza mediante manifestaciones, solicitudes públicas, publicación de libros y demás actos culturales de denuncia social. Se centra fuertemente en la reducción de la contaminación, en la protección de las reservas de recursos naturales (como agua y aire) de territorios únicos, de hábitats de vida silvestre y especies en peligro de extinción.
Envuelto y condicionado por todo este contexto social y cultural, surge en el mundo científico la disciplina de la biología de la conservación, enfocado a preservar la diversidad de la naturaleza. Para la década de los años 80, ciertos científicos de múltiples campos advertían que la deforestación, la fragmentación ecológica y la acción humana, amenazaban globalmente la supervivencia de las especies. Los biólogos de conservación, consideraron las áreas y reservas protegidas (de la acción humana) como una herramienta clave para salvar especies en peligro y ecosistemas enteros.
Siendo esto así, algunas definiciones científicas de bosque se empezarían a centrar en una supuesta naturalidad (la medida en que la acción humana ha configurado intencional o accidentalmente la composición ecológica y la historia de la vida de un bosque). Es el caso de la definición de bosque empleado en su diccionario por Elhuyar Kultur Elkartea (1998) A pesar de reconocer que la palabra vasca “baso” (traducible como bosque) es sinónimo de “oihan” (traducible como selva) advierte de que conviene diferenciar los bosques naturales generados espontáneamente de los totalmente guiados y controlados por el ser humano, para lo que recomienda emplear la distinción baso para lo primero y oihan para lo segundo.
En las áreas y reservas protegidas (aunque establecidas sobre terrenos gestionados milenariamente) se establecen normativas dirigidas a excluir, o cuando menos aminorar, la intervención humana. Se penaliza especialmente la que pueda estar ligado a una comercialización en un mercado económico. Es el caso, por ejemplo, del artículo predispuesto en el PRUG de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai (punto 11 del artículo 4.4.3.21) que prohíbe la posibilidad de extraer leñas de las masas compuestas por especies de árboles de origen autóctono para su venta. Del mismo modo, se tiende a reducir las posibilidades de gestión forestal e imponer limitaciones sin considerar la afección que pueda entrañar esto para la correcta realización de dicha gestión (prohibición de cortas a hecho incluso para especies de luz, impedir trabajos en verano en montes sin posibilidad de aprovechamiento en invierno, impedir abrir nuevos accesos aun en montes con esta carencia, prohibir la plantación de especies aunque sean demandadas en los mercados …).
Por tanto, lo que a principios del siglo pasado era una reflexión en el seno de la comunidad científica naturalista, a finales de ese siglo y comienzos del presente, se ha trasladado al resto de la sociedad y ha calado hondo en importantes ámbitos tanto científicos y como administrativos. En estos ámbitos, se desliga lo que se supone bosque (a pesar de su milenaria gestión histórica) de lo que pueda estar plantado (recientemente) por el ser humano. Así, se tiende a arrinconar las plantaciones y excluir de lo definido como bosque la acción humana por considerarla perturbadora y generadora de regresión ecológica. Se duda de la gestión antrópica en el bosque y se establecen severas limitaciones para ella. En definitiva, se minusvalora la ciencia forestal y se sobrevalora la conservacionista.
Un claro ejemplo de esta agravio comparativo ha sido el vivido con la reciente publicación por parte de miembros del Centro Común de Investigación de un artículo en la revista científica de renombre como Nature. Sus autores pretendían mostrar un estado actual de la superficie forestal europea, por causa de los aprovechamientos destinados al uso de la madera, en acelerado e intenso declive. Su conclusión era que la bioeconomía promulgada por la ciencia forestal (utilizar recursos biológicos renovables de la tierra y el mar, como: cultivos, bosques, peces, animales y microorganismos para producir alimentos, materiales y energía) plantea desafíos para la ordenación forestal sostenible (el aumento de la tala es insostenible en términos de mitigar el cambio climático y mantener la biodiversidad).
Tan solo los miembros de la ciencia forestal y representantes de entidades dedicadas a la gestión forestal notaron la desproporción de lo publicado. De hecho, tras la colaboración de varios de estos institutos y entidades del ámbito de la ciencia forestal, aproximadamente un año más tarde se ha publicado otro artículo, y en la misma revista científica, donde se niegan los resultados mostrados por el artículo previo y donde se reconducen las conclusiones obtenidas con ellas.
Sin embargo, estas ideas están tan arraigadas en gran parte de la actual ciencia de conservación que, a pesar de que la publicación en este tipo de revistas sigue un procedimiento estandarizado de revisión por pares, lo que les confiere unas supuestas garantías de calidad e imparcialidad, nadie que intervino en la revisión del primer artículo cuestionó en ningún momento los resultados mostrados ni las conclusiones tan extremas esbozadas. Del mismo modo, están tan arraigadas estas ideas en la sociedad actual que esta noticia tuvo una repercusión mediática muy alta (algo que no llegó a alcanzar el posterior artículo de corrección).
Estos artículos en la revista científica Nature necesitan ser valorados en un contexto más amplio. Realmente, nos encontramos ante una guerra por definir las políticas a nivel europeo (para luego traspasarlos a niveles estatal y regional). En ciertas partes de la Unión Europea se está trabajando intensamente para detener la silvicultura, la bioenergía y la bioeconomía. Por ello, el saber y el trabajo de los sectores dedicados a la gestión forestal es arrinconado. Con lo cual, las estrategias comunitarias no contemplan la ciencia forestal o no lo hacen suficientemente.
En estos momentos, la Unión Europea se plantea hacer frente a los actuales retos de cambio climático y pérdida de biodiversidad mediante un Pacto Verde Europeo que desvincule el crecimiento económico del uso de recursos vírgenes no renovables y de la generación de emisiones contaminantes. Ante este objetivo, la gestión forestal es indispensable: ofrece un material y una energía locales, renovables y reguladoras del agua, la biodiversidad y del secuestro del carbono atmosférico, generando además empleo y otros bienes de gran interés cultural. La gestión forestal no es el problema, es parte de la solución.
Por ello, si bien es cierto que no podemos excedernos con la naturaleza, los seres humanos seguimos estando necesitados de usarla. Para lo que necesitamos gestionarla. Ante esta necesidad, debemos aclarar y difundir que las observaciones y monitorizaciones de la ciencia forestal van más allá del mero conteo de árboles. La ciencia forestal ha contribuido al desarrollo de la ecología forestal (Sevilla, 2008) y la actual gestión forestal consecuente es multifuncional (Schmithüsen, 2013). La clave radica en superar la separación territorial postmodernista de producción o conservación (Izquierdo, 2015) para en adelante producir conservando y conservar produciendo.
La ciencia forestal ha seguido una evolución conjunta a todas las demás disciplinas científicas. Participa en el necesario contraste de nuestras ideas con la realidad y somete las conclusiones a la verificación independiente. Es una ciencia aplicada que se nutre de las ciencias básicas con las que además participa. Es un aporte más en el conjunto de conocimientos obtenidos mediante los diferentes métodos científicos. Es parte de esa herramienta que el ser humano ha creado tanto para comprender el mundo que le rodea, como para aplicar esos conocimientos en su beneficio. Tenemos claro por tanto que el desarrollo será con más ciencia. Lo que también necesitamos saber es que será con más ciencia … forestal. Reconozcámosla. Considerémosla.
Aitor Onaindia Bereziartua
Basoa Fundazioa
10 de noviembre de 2021
Referencias bibliográficas:
- Bennett B. 2015. Plantations and protected areas. A global history of forest management. Serie History for a Sustainable Future. Massachusetts Institute of Technology.
- Elhuyar Kultur Elkartea. 1998. Ingurugiro hiztegi entziklopedikoa. Gobierno Vasco.
- Izquierdo J. 2015. La conservación cultural de la naturaleza. HAZI y Departamento de Desarrollo Económico y Competitividad del Gobierno Vasco.
- Just A. 1896. Traducido por Lust B. 1903. Return to Nature.
- Michel M. y Gil L. 2013. La transformación histórica del paisaje forestal en la Comunidad Autónoma de Euskadi. Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. https://www.euskadi.eus/contenidos/libro/transforpaisaje/es_agripes/adjuntos/coleccion_lur18.pdf
- Schmithüsen F. 2013. La sostenibilidad aplicada en el sector de las actividades forestales cumple 300 años. Unasylva. Volumen 64 nº 240: 3-11. https://www.fao.org/publications/card/es/c/371c2cfc-8ca2-5740-9f1b-c1d7ef22a0ff/
- Sevilla F. 2008. Una teoría ecológica para los montes ibéricos. Instituto de Restauración y Medio Ambiente S.L.